Sé que en el blog se ha comentado más de una vez el tema de la encíclica Humanae Vitae y de la paternidad responsable, pero la verdad es que no he encontrado la entrada que buscaba, así que me he lanzado a resumir el asunto en una nueva publicación.
Bien leída, la encíclica no deja lugar a dudas sobre la licitud de recurrir a métodos naturales de control de natalidad. Métodos naturales. Otra vez: para limitar la procreación, la Iglesia Católica legitima y no condena el recurso a métodos naturales. Y ningún otro… con una salvedad que prefiero citar textualmente:
«Licitud de los medios terapéuticos
15. La Iglesia no retiene de ningún modo ilícito el uso de los medios terapéuticos verdaderamente necesarios para curar enfermedades del organismo, a pesar de que se siguiese un impedimento, aun previsto, para la procreación, con tal de que ese impedimento no sea, por cualquier motivo, directamente querido.»
En resumidas cuentas: los métodos naturales son lícitos, los métodos naturales son legítimos, los métodos naturales no son contrarios a la paternidad responsable. Más bien son los que hacen posible la paternidad responsable. En palabras de Pablo VI: con los métodos naturales «los cónyuges se sirven legítimamente de una disposición natural», que les obliga a «renuncian conscientemente al uso del matrimonio en los periodos fecundos». Los demás métodos no se admiten porque «impiden el desarrollo de los procesos naturales».
La encíclica también expresa con claridad que no habiendo nada ilícito en los métodos naturales, puede haberlo en la intención con que se aplican. Puede, es decir, no tiene por qué haber ilicitud en las intenciones.
Y precisamente el juicio inmisericorde sobre las intenciones de los demás es la seña de identidad de cierto grupo que no quiere ser movimiento que no me voy a molestar en nombrar.
Porque las intenciones con las que un matrimonio hace uso de medios legítimos para controlar la fecundidad solo compete a los cónyuges. No es un tema banal para comentarlo en una reunión de garantes, ni en una convivencia de mes, ni en una visita de unos que dicen haber sido enviados por el obispo. La fecundidad, los hijos, son un pilar fundamental de un matrimonio.
Nadie tiene derecho a meterse en el famoso tálamo con los cónyuges para inquirir si lo hacen mucho o poco, de frente o de perfil. Lo que hacen les pertenece solo a ellos y si lo sacan fuera no están exorcizando demonios, están destruyéndose. Pues lo mismo con el tema de los hijos y la fecundidad. Es algo privado. La Iglesia ha dictado su doctrina, no se necesita la intervención de nadie ajeno al matrimonio para ponerla en práctica. Solo se necesita una recta conciencia.
Ahora bien, resulta que en ese grupo que no quiere ser movimiento se hace circular el bulo de que no existe ningún método legítimo para regular la fertilidad porque no existe ninguna intención legítima que justifique el recurso a los periodos infértiles. En otras palabras, que sí o sí, quien recurra a los métodos que la Iglesia declara válidos lo hace por la dureza de su corazón y la perversidad de sus intenciones, porque es un burgués gordo y comodón que no soporta al otro, que el otro le destruye, que vive para sí mismo y toda esa matraca tan típica que cualquiera que haya estado en ese grupo al que no quiero nombrar habrá podido escuchar en más de una ocasión.
Por eso están tan obsesionados con lo de «¿Estáis abiertos a la vida?», que en su jerga quiere decir: no vale hacer uso de ningún método, ni natural ni sintético. Porque lo que se pregona desde ciertos neoatriles es que no es al hombre (donde hombre es el genérico que aplica a todo ser humano, sin consideración a su género) a quien corresponde poner medios, ya que poderoso es Dios para evitar un embarazo por mucho que tú practiques todo el talamo-sutra en pleno día de máxima fertilidad. Es decir, que es Dios quien, saltándose las leyes naturales que él mismo ha establecido y se den las condiciones que se den, dispone si ha de haber o no embarazo.
Evidentemente con semejante planteamiento arbitrario, es incuestionable que ninguna circunstancia es legítima para decidir usar métodos de control de la natalidad, puesto que en su delirio hacen creer a otros que es Dios quien personalmente ha de valorar la legitimidad de distanciar los embarazos y obrar “divinamente” en consecuencia.
¿Qué es un disparate? Sí, por supuesto. Como tantas otras cosas que se practican entre ciertos iluminados seguidores de un nuevo Moisés de pacotilla.