Durante la presentación de los asistentes, nos cuentan que la mujer que no tiene nada mejor que hacer que enseñar el centro neocatecumenal de Madrid y los pintarrajos horrorosos que manchan la pared de la ex habitación de Kiko ya no podrá volver a hacerlo -y es que ya estábamos advertidos de que a este mundo veníamos solo a tres cosas: sufrir, obedecer, sufrir más y llenar las bolsas-.

Al enterarse, Kiko empieza a hacer aspavientos: ¡Pobrecita! Tan buena ella. Siempre dispuesta a colaborar. Tan servicial con Kiko y con Mario. ¿Cómo es posible que diosito la castigue así? Ay, no, que quien piense así se equivoca. Que en realidad se trata de que diosito sabe que Marita necesitaba perder la pierna para su santificación y salvación eterna, de modo que el que se la hayan cortado es una gracia tremenda, enorme, gigantesca, inconmensurable que diosito le ha concedido a la pobrecita.
Y ya que estábamos con gracias inmerecidas, Kiko debió de pensar que era el momento adecuado para descubrirnos -¡oh, qué sorpresa!- que es pintor y proclamar que nos “regalaba” a todos un dibujo realizado por él mismo en el que Jesucristo nos abrazaba a todos -¿mande?. Pues eso, que ha decidido que todos estamos representados en un cordero-.
Al reparto del “regalo”, siguió una “palabra”, es decir, una lectura de una de las cartas de san Pablo -Col 1,1-29 2,1-5- y nada más concluir la misma, Kiko se debió de quedar a gusto con la siguiente declaración: San Pablo era un pagano como nosotros, a quien Dios recogió del barro y envió a anunciar la Buena Nueva.
A ver. Está bien que, aunque tarde, Kiko por fin haya descubierto que él y sus catecúmenos son unos paganos, pero acusar de paganismo a Pablo, que era un fariseo desde su más tierna infancia, formado con los mejores maestros de la ley, solo demuestra desconocimiento e ignorancia.
Aparte de esa burrada, de toda la lectura solo resaltó una frase: «me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia».
Y vuelta a insistir en que todos los padecimientos que sufrimos son causados por diosito, que es quien los envía. Pero en esta ocasión -la incoherencia es marca de la kasa- lo completó asegurando que todos esos padecimientos son nada, que lo único que vale es amar a Dios y que el resto no sirve de nada, de modo que si diosito se encapricha con una de tus piernas o con las dos, tú tendrías que ofrecerlas encantado de la vida por amor a ese diosito y darle gracias por ello. Y si no eres capaz de darle las gracias por los males que te envía, es que algo falla.
Y de repente se pone a hablar como los beatorros de misa de 12 y los religiosos naturales y asegura que el cristiano tiene que orar constantemente y pensar en Dios a todas horas y que quien no hable con Dios cuando va por la calle o en el coche tiene que pedir perdón a Dios y pedirle: que yo te ame con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas.

El caso es que Dios coge a este pueblo que taaaaaanto padece por amor a Él -eso ha dicho antes- y lo lleva al desierto. Y no debían sufrir tanto en Egipto porque de repente todos se revelan por las incomodidades y las penurias del desierto; y no sería tanto su amorcito a Dios, porque se dedican a murmurar contra Él. Y tan enfadados están que le dicen a Moisés: se acabó el jueguecito. O Dios se muestra, para que comprobemos que existe o la liamos parda. Porque ya no nos creemos que Dios nos sacó de Egipto. Lo que pasó es que sopló el viento con mucha fuerza y el agua se retiró y pudimos pasar; pero no fue que Dios hiciera un milagro especial. ¿Existe Dios o no existe? Si existe, que nos dé agua, si no nos la da, te matamos.
Entonces Moisés habla con Dios y recibe instrucciones específicas sobre lo que tiene que hacer para que brote agua de una roca. Pero Moisés también tenía encima un cabreo del siete, y en lugar de seguir las instrucciones recibidas -quien obedece no se equivoca-, le da un par de golpetazos a la roca con su bastón. Pese a todo, de la roca brota agua, y agua abundante.

Pero la verdad no es amiga de Kiko, quien lleva años y años contando la batallita de que el pecado de Moisés es que murmura contra el pueblo elegido porque se considera mejor que ellos. Y, como todos los kikos saben, juzgar a los hermanos y considerarse mejor que otros eso es gravísisisisisimo de la muerte, porque los kikos son los últimos y los peores de todos, y su obligación es servir a los hermanos en todo. Por eso, un neocatecúmeno debiera de tener muchísimo cuidado de no juzgar a nadie, ni considerarse mejor que nadie, porque el verdadero sitio de todos ellos sería la cárcel o algo por el estilo. Y aquel que no se dé cuenta, que no se considere peor que todos los demás e indigno de estar en una comunidad es que no se ha enterado de nada.