En la precedente entrada acerca de los dichos de Carmen, he intentado reflejar su antipatía hacia la palabra escrita. Basada en el irrefutable argumento de que Dios jamás dejó nada por escrito, y Jesucristo tampoco, al que se suma la convicción de que Dios no puede caber en un texto, Carmen concluye que las Escrituras no son para ser estudiadas en las universidades, es más, no se pueden entender sin el pueblo -y no vale un pueblo cualquiera, sino uno esccogido por ella-, la fiesta, los ritos, las tradiciones e incluso sin los lugares geográficos adecuados.
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Se dice que Dios mismo escribió la ley en tablas de piedra |
Incluso dejar caer que muchos curas se creen que saben mucho pero no tienen ni idea porque su conocimiento no procede de bailar en corro al son de la cítara.
Sin embargo, Carmen también sostiene que Dios no ha dejado tirada a su creación más preciada, sino que se manifiesta en la historia, en su historia, y habla para guiarla.
Ese es el quid para Carmen. Según ella, el texto escrito es pluf, pero cuando ese texto es proclamado en las condiciones que Carmen dicta, y solo en las que a ella le parecen bien, entonces se convierte en super Palabra de Dios para tu vida. En resumen, para Carmen el valor está en el decorado y la ambientación, no en el contenido, por tanto, no en lo que Dios reveló, sino en los adornitos y caprichitos dispuestos por unos muy vivos.
«Decía que aquí no se trata de una doctrina, sino que se trata de testimonios de una realidad que solamente es asequible mediante la fe. Sabéis que a Dios no se puede demostrar, por muchas demostraciones, muchas filosofías, por mucho que se llegue hasta hacer posible la hipótesis de la existencia de un ser maravilloso, impresionante, grande. Pero este Señor se queda allí lejano, lejos del hombre y además como dice muy bien un hebreo, este Señor al que se puede llegar a través de la metafísica resulta que siempre es un Dios mudo. Aquí es todo lo contrario, Dios se hace tan próximo, tan próximo dentro del hombre que lo primero que hace es hablar, y además es entrar dentro de nuestra historia, de tal manera que no la tiene ya prevenida de antemano y Él la va gobernando con un programa que se ha hecho, sino que Él mismo, el mismo Dios que se revela aquí en la Escritura y que nunca se demuestra sino que está presente: “Yo soy el Señor tu Dios, el que te sacó de Egipto. Yo soy, yo estoy contigo”. Esta voz que es la que va a sonar aquí esta noche, este Dios está dentro, próximo al hombre y se mezcla en los mismos acontecimientos. Porque aquí suena una palabra que es distinta, que es Dios que baja hasta la historia del hombre, mezclándose en la historia del hombre con todo riesgo, inmerso Él mismo en los accidentes de la libertad del hombre. Dios envuelto en la experiencia humana y próxima a nuestro corazón» (Mamotreto de dichos de Carmen, p.75).
A Carmen parece no interesarle la recta interpretación de las Escrituras, sino que invita a volcarla sobre la vida y las circunstancias presentes e interpretarla a conveniencia de cada uno:
«La Palabra de Dios no habla de entonces, nos está hablando aquí a cada uno de nosotros, porque nos lo va a preguntar Jesucristo…entrar en el tiempo de Dios que HOY nos ofrece, no unas teorías o algo así, sino explicar dentro de un sacramento que explicita y hace todo…experimentar verdaderamente la eternidad en el tiempo. ¿Sabéis qué significa que lo infinito entre en lo finito?» (Ibid., p. 526).
«Sin embargo, ha dado una comunicación con Él, que es la Palabra, esta es la maravilla del Concilio y esta Palabra es la que va a resonar aquí esta noche. Y la Palabra de Dios nunca son explicaciones solamente, aunque a veces tiene cosas que son explicaciones, sino que son intervenciones en la vida tanto individual como colectiva, en que hace un cambio de dirección y construye algo. No solamente construye, transforma al individuo y a la colectividad. Una transformación la Palabra de Dios» (Ibid., p. 306).
También hay que tener en cuenta que, según Carmen, no se puede entender la palabra de Dios ni vivirla bien sin cursar un máster sobre hebraísmo:
«Las tradiciones hebraicas son muy importantes. Bouyer dice que igual que nosotros decimos que los protestantes son protestantes porque interpretan las Escrituras sin la Iglesia, o sea sin la Tradición de la Iglesia, […] nosotros cogemos el nuevo testamento sin las tradiciones hebreas, sin el pueblo de Israel que por algo lo ha dejado vivo Dios, no lo ha exterminado. Porque sin este pueblo no se puede entender a Jesucristo porque es todo Palabra de Dios, es toda una acción de Dios de llevar al hombre, que ha salido del paraíso y de la felicidad, a sacarlo de la muerte en que ha caído y llevarlo de nuevo a la divinidad, haciéndolo todavía más de lo que lo había hecho» (Ibid., p. 346).
Tengo claro que Carmen no era católica, lo que no sé es qué clase de creencias tenía para pensar que su diosito planeaba divinizar a la humanidad.
«No se pueden entender los evangelios ni Jesucristo si no entramos en toda esta maravillosa revelación de Dios, la tradición hebrea, sus liturgias, su palabra que nos la ha transmitido y su pueblo que vive todavía hoy en medio de todos sus conflictos, porque es Dios el que lo tiene vivo para testimoniar esta Palabra que es de Dios» (Ibid., p. 475).
«Ahora la misma teología está en unas líneas en que precisamente toda la exégesis histórico-critica, que han hecho lo que han querido con la biblia y algunas cosas eran buenas y otras eran terribles, ahora están yendo por otra línea que es la transmisión oral» (Ibid., p. 497).
Menuda imaginación -o cara dura- se necesita para pretender que por transmisión oral puedan llegar hasta nuestros días relatos de hace miles de años. Pero la tontería tiene un objetivo: imponer la transmisión oral de los lorokistas como el no va más de la palabra de Dios manifestada.
Es decir, de lo que se trata es de que sea de más valor lo que diga de palabra el lorokista que el verdadero contenido de las Escrituras.
«El poder de Dios que ha manifestado en esta obra, es como un torbellino, la evangelización que prende a personas concretas y pobres como somos todos los que estamos aquí y nos mete en la aventura de ser hoy el Evangelio, una noticia, un hecho, un acontecimiento que se está realizando en medio de nosotros. Si hay una presencia hoy visibilizada de su poder es el anuncio del Evangelio al que estamos nosotros invitados a dar el cuerpo» (Ibid., p.73).
«Reconstruirá Dios un segundo templo, como está haciendo con nosotros ahora, nosotros no somos más que la reconstrucción y símbolo de la reconstrucción de la Iglesia, que después de todo el ateísmo, de la negación de Dios, de la destrucción de todas las cosas, recreará de nuevo una generación con fe. Y está construyendo en nosotros un templo, un símbolo, una manifestación externa que es la Iglesia, el anuncio de la eternidad a todas las naciones.
Yo quiero meteros en la Historia, porque toda la teología últimamente, partiendo de la euforia científica, con un neo marxismo y un neo hegelianismo, han puesto las bases de que a estas cosas y a Dios se puede llegar con la razón. Y esta Biblia la van a interpretar ellos desde la ciencia, porque con la euforia de la técnica se han pensado que el hombre es creador de todo. Y esta euforia del cientifismo se ha metido en la Escritura como el que se mete con un bisturí en el cuerpo humano, y han hecho estragos que todavía están en los seminarios. Y como dice muy bien un gran hebreo que todavía vive en Jerusalén, no se puede coger el judaísmo sin los judíos, como no se puede coger el Evangelio sin la Iglesia; no se puede coger a los judíos sin el judaísmo ni al judaísmo sin los judíos, ni los judíos sin la historia» (Ibid.).
Y así, disparate tras disparate, de lo que se trata es de imponer que solo los lorokistas están capacitados para hacer llegar la palabra de diosito a los demás, lo cual, diminutivo de por medio, es real, pero no lo es para referirse al único Dios verdadero.